viernes, 25 de septiembre de 2015

El poder de las campañas

El denuesto (segunda acepción) hacia los coches oficiales; si se mantiene, puede llegar a los niveles de proscripción del tabaco. En la reciente ceremonia de inauguración de curso de la Universidad de Granada, al salir, me pareció apreciar poca presencia de estos vehículos: en la puerta misma solo había dos, el de la Universidad y otro que podía corresponder al consejero o al alcalde, por ejemplo. No me fijé si había más por los alrededores.

Y es que no pensé en esto hasta que me encontré en mi autobús con el recientemente nombrado director del Patronato de la Alhambra, que había participado en el mismo acto y marchaba a otra ocupación igual que yo, a golpe de paso, LAC y trasbordo. Tanto me sorprendió que por un momento dudé de si era o no el director de tan importante patronato.

No me opongo al uso de coches oficiales, siempre que sea razonable por motivos prácticos, para trabajar mejor; pero me parece bien que esté mal visto, de modo que no volvamos a la picaresca de funcionarios que atan los perros con longaniza; sobre todo cuando ni los perros ni la longaniza son suyos.