martes, 3 de mayo de 2016

Escenas granatensis

El restaurante italiano que hay debajo de mi casa acaba de abrir una heladería en unos locales contiguos: Amore, se llama. Hace unos minutos acabo de ser testigo de una de esas escenas que dicen retratan a los más preclaros habitantes de mi ciudad de acogida.

Atravesaban el paso cebra que desemboca en la heladería dos parejas tirando a maduras, según marca la naturaleza, esa que combate inútilmente -y con nefastos resultados- la ideología de género; es decir, las dos señoras delante, hablando de lo suyo, y los dos señores detrás, con todo hablado hacía rato.

Desde la retaguardia, a la vista de tentadora heladería, uno de los señores dice a su presunta esposa: "¡Pepi! ¿Quieres un helado?" Respuesta de la interpelada: "¡No!". 

Y no hubo más que hablar. Las dos señoras siguieron caminando y hablando; los dos señores caminando y rumiando cuán difícil es contentar.

Desde mi atalaya pensé que, probablemente, Pepi ni siquiera se detuvo a pensar en qué le proponía su presunto marido; simplemente enunció la respuesta que tenía para toda proposición, acostumbrada a que nunca le sorprendiera con algo verdaderamente interesante.

Ella se lo perdió. Y ellos.