Pobre Luis García Montero, el poeta, el profesor, el mártir de la verdad. Por dar la cara en defensa de la ortodoxia, del dogma, por salir con justa ira para restituir el honor ultrajado de un santo, ha sido condenado a pagar una multa y a indemnizar a un blasfemo, a un don nadie que sólo busca protagonismo.
Pobrecito Luis, víctima de un poder omnímodo que tiene secuestrada la cultura patria y de una casta de jueces anclados en el pasado que tiene secuestrada la Justicia. Mírenlo ahí, solo, cual Juana de Arco en la hoguera, sufriendo en soledad su condena, arropado únicamente por unos pocos fieles de la iglesia culta, brillante y moderna; atendido por unos pocos medios de información verdaderamente independientes.
¿Cómo va a poder seguir enseñando en una Universidad en la que se puede blasfemar impunemente del santo de su mismo apellido? ¿Cómo no ceder al desánimo en un país en el que no se puede insultar públicamente en el diario de mayor tirada al hereje sin ser aplaudido? ¡Claro que es como para marcharse! Para marcharse y para no volver.
Pero no se apuren, viejas beatas que suspiran poemas en la tranquilidad de los ateneos: nuestro héroe volverá, incluso me atrevo a decir que ni siquiera se marchará, que responderá a nuestros humildes y afligidos ruegos, y lejos de desampararnos, seguirá protegiéndonos con su pluma flamígera y su lengua de doble filo de los poderes infernales.
¡Vade retro, Fortes y las obras del mal!
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