Volver a Cataluña me deprime cada vez más; he pasado en la bellísima provincia de Gerona unos días de cambio de aires, en medio de bosques y ermitas, gozando de la hospitalidad de mis compatriotas catalanes. Pero, cada año más, compruebo que es una belleza ponzoñosa, envenenada por ese nacionalismo empequeñecedor que todo lo devora, que se plantea en antis, frentes, multas y prohibiciones. Hasta instituciones otrora sedes del seny y la moderación, han caído hoy presa de la rauxa, la rabia, el grito, el maximalismo.
Veamos. Llego inmediatamente después de la Sentencia del Tribunal Constitucional (¡al fin!) sobre la reforma del Estatuto de Autonomía de Cataluña, y me encuentro con el siguiente titular, en portada y a toda página, de ¡La Vanguardia!: ¡PROVOCACIÓN!
Pocos días después, tras la gran manifestación catalanista de Barcelona, el mismo diario titula, también en portada y a toda plana: El pueblo dicta sentencia.
Pues bueno, ahora resulta que un timorato análisis de la constitucionalidad de una ley hecho por el órgano democrático competente es una provocación. Y yo que pensaba que la existencia de tribunales de justicia -y de urnas, dicho sea de paso- era un avance de la civilización y la democracia, que superaba la justicia popular, de infausta memoria.
Anticuado que se queda un, oiga.
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