Mientras no den dinero propio o público a esas causas, son inofensivos. Lo malo, claro, es que su pose se contagia a los pudientes del tercer mundo, e incluso a los del segundo. Fernando Lugo era Obispo, por lo visto, con esto no colmaba su afán benefactor, así que decidió meterse en las movedizas arenas políticas para cambiar una parte del mundo, Paraguay en su caso, a mejor. Como falta hace, llegó a presidente, un presidente para el pueblo, alejado de las oligarquías y los militarotes que habían gobernado hasta entonces.
Pero ¡hay! Llegó un enemigo implacable, esa clase de enemigo que no sólo destroza el cuerpo, sino que también puede destrozar el alma socialista, solidaria y revolucionaria: el cáncer. ¿Por qué lo digo? Pues porque para tratarse de su cáncer linfático, D. Fernando ha cometido dos pecados capitalistas: uno, se ha ido a un hospital extranjero; dos, se ha ido a un hospital privado.
Ya no se lleva morir por la causa.
No hay comentarios:
Publicar un comentario