Recordemos a Malthus, que mandó matar a los niños pobres para que no se acabara la comida de los ricos.
Recordemos al Club de Roma, que mandó matar a los niños del tercer mundo para que no se acaben las materias primas del primer mundo.
Y ahora tenemos a Al Gore y sus corifeos, que insisten en que hay que matar a los niños de los países pobres para combatir el cambio climático: es decir, para que las muchedumbres desarrapadas no pisoteen los parques de recreo de los opulentos.
Dan ganas de vomitar.
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