Vivo en Andalucía, donde tengo parte de mis raíces, soy catalán, donde he vivido la mayor parte de mi vida (por ahora). En toda España es bien conocido el chiste de la fábrica de corcho y el teatro vacío, en el cual, como en tantos otros, la gracia está en los acentos catalá y andalú y en los tópicos del salero de unos y la simplicidad de otros.
Pues no vean la que se ha armado porque una política catalana ha criticado el trabajo de una ministra andaluza añadiendo, de pasada, que su acento era como de chiste.
En un país normal, la ministra hubiera podido contestar que el acento de la política también es de chiste, y echar todos unas risas.
Pues no, aquí todos a rasgarse las vestiduras. Los partidarios de la ministra están enviando libros a la política (a ver si después de este post también me los envían a mí), y los del propio partido de ésta están aprovechando la ocasión para ajustarle cuentas por no haber retirado su candidatura en beneficio de la del aparato, en Barcelona hace unos meses.
Este no es un país normal (si es que hay alguno), y la famosa jota de "Si las mujeres mandasen" está totalmente desacreditada.
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