De Miguel Ángel Loma
LAS recientes imágenes de un niño de diez años conducido con las manos esposadas en la espalda hacia un furgón policial, podría ser uno de los símbolos del confuso nuevo siglo que estamos estrenando. El gravísimo delito del chaval consistió en pretender introducirse con un vaso de agua en el hospital donde yacía Terri Schiavo, paralítica cerebral condenada judicialmente, por «amorosa» solicitud de su marido, a ser desconectada del tubo alimenticio que la mantenía con vida. El señor Schiavo, que ya había «rehecho» su vida con otra mujer de la que tiene dos hijos, no consideró que su esposa mereciera continuar en una situación a la que la doctrina progresista más avanzada, viene a comparar con una berenjena sonriente bajo apariencia humana. Los padres de Terri, terribles católicos dispuestos a seguir ocupándose de su hija, lucharon todo lo que pudieron por mantenerla con vida, y como «premio» de su paternal empeño pasarán a la historia con la entrañable calificación de fanáticos fundamentalistas; que eso de que unos padres se obstinen en que una hija sea alimentada para seguir viviendo es algo tan primitivo y arcaico como irracional.
Si el vaso que llevaba aquel niño hubiese contenido cianuro para la «muerte digna» de Terri, cabría la esperanza de que las llamativas imágenes del chaval detenido como si se tratase de un peligrosísimo delincuente, fueran recogidas por algún afamado guionista, y sirvieran como argumento para una película protagonizada por actores guapetes y dirigida por algún director de reconocido progresismo. Pero como el vaso contenía agua, sólo agua, para intentar salvar a la sonriente Terri, la imagen del niño no sólo fue evitada por muchos medios de comunicación, sino que rápidamente pasará al olvido. Una nueva victoria de la cultura de la muerte, vendida como generosa compasión humanitaria. Seguimos progresando.
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Comentario de José Pérez Adán
La fotografía me ha emocionado. Confieso que en estos días estoy particularmente sensible por la muerte del Papa pero ese chaval, al que desde aquí le mando un enorme abrazo, cualquiera que sea su vida, que no empieza mal, un día va a recibir el abrazo amoroso de Dios. Y cuando tal vez perplejo le pregunte, ¿por qué me abrazas?, El le responderá: porque tuve sed y quisiste darme de beber. Es palabra de Dios.
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