Éranse una vez, al principio de los tiempos, Adán y Eva, que vivían en el Paraíso Terrenal, no el de Marx y Engels, sino en uno creado por Dios para ellos con el encargo de que lo gobernaran y lo llenaran de descendientes, pero que de momento estaba repleto, entre otros seres, de colibríes.
He aquí que un día se descolgaron del Árbol de la Vida la ministra Salgado y las juventudes de los partidos políticos disfrazadas de serpientes multicolor, repartiendo condones alegremente para que el uso del sexo fuera seguro.
Pero como la vida siempre se abre camino, con la cosa del calentón y de los fallos del plástico Durex -conocida empresa de análisis sociológicos que fabrica profilácticos en los tiempos libres-, resulta que Eva concibió un agregado de células pre-embrionarias.
Ante tamaño riesgo -un embarazo en pleno tercer mundo, sin los adelantos de la clínica Dexeus-, la International Planned Parenthood Foundation (IPPF en adelante), desplegó su kit de salud reproductiva, decorado con tarjetas de felicitación de UNICEF, gracias a lo cual se salvó la vida de la madre.
Sin embargo, resultó que un día en que IPPF estaba en la Cumbre Mundial de Población Río+25 distraída discutiendo con el Vaticano y con la Administración Bush, Eva dio a luz a un hermoso retoño al que acogieron con el nombre de Caín.
Cainito creció solo, rodeado de todas las comodidades y atenciones; pero como no pudo acudir a la escuela mixta -pública y laica-, porque no había niñas, se le agrió el carácter. Siendo adolescente, quiso hacer lo que había visto hacer a sus padres, que se lo habían explicado todo muy bien, con ayuda de un manual de Educación para la Ciudadanía y de una guía de la Junta
Autonómica (o nacional, ya no sé muy bien) de Castillalamancha; pero como no tuvo con quién de la misma especie, recurrió a una mona a la que llamó Darwin y que vivía en Atapuerca.
Sucedió por aquellos días que Darwin no hacía mucho caso de la casa, ocupada únicamente en subir a los árboles para comer cacahuetes y en tontear con otros monos. Una tarde aciaga en que Caín volvía de tomar unas copas en un bar libre de humos, se encontró con que sólo había para cenar unas bananas mordisqueadas y una nota de Green Peace en la que se le recomendaba ponerse en contacto con su abogado.
Caín mató a Darwin en un arrebato de mesefuelaolla y pasó el resto de sus días participando como protagonista en un Juicio Rápido ante un Tribunal de Violencia de Género.
Dios, que había creado el Paraíso para que lo habitaran los hombres y las mujeres, lo cerró poniendo un letrero en la puerta que rezaba: "Clausurado por falta de personal".
Pero de esta historia nadie se acuerda, porque nadie ha quedado para contarla.
Por cierto: aún se puede visitar el Paraíso, convertido en una jaula de colibríes, en las dependencias del Ayuntamiento de Portsmouth, al que lo legó una ricachona inglesa -junto con su fortuna, heredada de un bisabuelo dedicado al comercio de esclavos-, tras su muerte por un reblandecimiento de cerebro causado por los excesos en la ingesta de té.
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Ja ja, me he reído mucho! (Aunque no entiendo todo), un saludo grande y adelante con el buen humor!
ResponderEliminarPerdona, hay demasiadas cosas en clave política española (la ministra de sanidad Salgado, el de exteriores Moratinos y su secre Moraleda, el conflicto diplomático con el presi de Colombia Evo Morales (ver Evo), etc.
ResponderEliminarPero sí, mejor con sentido del humor, es de agradecer que quedéis personas capaces de apreciarlo.
He visto que has remozado tu blog: está estupendo.